El poder de los besos
- Diplomatura UNSAM
- 27 may 2019
- 6 Min. de lectura
Los besos encierran varios poderes: el poder de enamorar, de seducir, de revolucionar, de unir, de acompañar, de despedir… Pero aquí no abordaremos ese tipo de poder, sino que nos referiremos al poder de algunas de las imágenes que nos muestran ese momento de encuentro tan particular. Imágenes poderosas difíciles de olvidar como algunos besos.
Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de imágenes poderosas? Laura Malosetti Costa (2017) plantea que una de las dimensiones de la imagen es su capacidad de permanencia en el tiempo, su persistencia en la memoria.
Aunque muchas imágenes pasan inadvertidas sin dejar huellas, otras tienen la capacidad de persistir en la memoria de los individuos y los pueblos a lo largo del tiempo, transmitiendo ideas, conceptos, emociones, mutando y enriqueciendo sus significados, reinterpretándose y generando nuevas imágenes, traspasando fronteras y moviéndose de un lugar a otro recibiendo nuevos sentidos y adquiriendo nuevos poderes.
Esta cuestión estuvo en el centro de las investigaciones de Aby Warburg (1866-1929), un erudito alemán dedicado a la historia cultural del Renacimiento italiano, quien llegó a concebir el proyecto de construir un atlas de la memoria cultural de occidente a partir de estudiar la persistencia y reactivación de las imágenes visuales y su relación con el discurso escrito. Ese proyecto se llamó Mnemosyne (en griego, la diosa de la memoria). Warburg trabajó en él durante seis años, hasta su muerte, pero quedó inconcluso. En unos grandes paneles de cartulina negra, agrupó imágenes antiguas y modernas, provenientes de los lugares más diversos (vasos griegos, frescos pompeyanos, cuadros renacentistas, fotografías contemporáneas reproducidas en los diarios, imágenes publicitarias, etc.) a partir de las cuales buscaba identificar lazos que las vinculaban con la persistencia de formas que aludían a emociones e ideas sobrecargadas de sentido. Entusiasmado por las investigaciones de Charles Darwin acerca de los instintos, él concibió la existencia de huellas persistentes en la memoria visual, que llamó engramas mnemónicos: huellas en la sensibilidad de los individuos pertenecientes a una tradición cultural, que orientarían no sólo la respuesta frente a determinadas imágenes sino también la creación de otras nuevas en relación con su significación profunda: la potencia de lo sobrenatural, la lamentación ante el cadáver del héroe, el amor y la pasión personificados en el beso de los amantes, la imagen de una bella mujer joven como símbolo del desenfreno y la energía de la vida activa, etc.
Vida histórica de las imágenes, migraciones de sentido, una dimensión temporal que les aporta densidad y una raigambre en la memoria colectiva, las enriquece con una superposición de niveles de significación. Tal vez esta sea una buena vía de acceso a la multiplicidad de cuestiones que implica su análisis, que nos enriquece a la hora de pensar cómo trabajar con las imágenes de una manera crítica.
La historia del Arte nos proporciona muchas de estas imágenes potentes, es el caso de la Monalisa y La última cena de Leonardo Da Vinci, El nacimiento de Venus de Botticelli, La Libertad guiando al pueblo de Delacroix, Sin pan y sin trabajo de Ernesto de la Cárcova, Manifestación y Desocupados de Antonio Berni, entre otras. Aquí presentamos algunos ejemplos sobre le tema que nos compete: el beso.
Sin duda, El beso, obra del pintor austríaco Gustav Klimt es uno de los cuadros más famosos y uno de los que más veces ha sido reproducido a lo largo de las décadas. Es un óleo con laminillas de oro y estaño sobre lienzo de 180 x 180 centímetros, realizado entre 1907-08. Klimt representa la pareja encerrada en la intimidad, mientras que el resto de la pintura se disuelve en un fondo brillante con motivos de estilo del Art Nouveau y las formas orgánicas del movimiento Arts and Crafts contemporáneos.
En el campo fotográfico encontramos otro ejemplo: la fotografía tomada por Alfred Eisenstaedt el 14 de Agosto de 1945, tras el rendimiento de Japón que marcaba el fin de la Segunda Guerra Mundial. La tituló V-J Day in Times Square y es popularmente conocida como El beso de Times Square. Dada la popularidad de la fotografía de Eisensteadt, también ha sido muy reproducida y se han hecho un sin número de parodias, remakes, ilustraciones, figuras, esculturas y homenajes de ella.


En el arte contemporáneo el juego intertextual de la apropiación de imágenes poderosas del pasado instaladas en la memoria colectiva cobra especial protagonismo. Son frecuentes las estrategias apropiacionistas y prácticas derivadas como la resignificación, la cita, la paráfrasis, la parodia o el pastiche. El pasado y todo su acervo artístico se erigen como un espacio capaz de promover la creatividad en el presente.
El trabajo apropiacionista pondrá especial atención en socavar las nociones de originalidad y unicidad de la obra de arte. El “aura” va a ser objeto de disección sobre la mesa de operaciones para desmitificar uno de los pilares fundamentales del arte moderno, la autoría. El artista contemporáneo edita, recrea, reformula y encuentra nuevos significados en las imágenes del pasado creando imágenes que se adaptan a su tiempo.
Es corriente encontrar resignificaciones de imágenes poderosas tanto en el terreno de las artes plásticas como en el campo de la fotografía, el cine, el diseño y la publicidad que encuentran inspiración en ellas. Y también suelen utilizarse este tipo de imágenes en cualquier producto que nada tiene que ver con la imagen misma, otorgándole nuevas funciones y significados.














Malosetti Costa(2017) nos dice:
“El poder de las imágenes, su capacidad para ser veneradas, despertar devociones y sostener creencias, generar violencia, ser odiadas, temidas y hasta destruidas, es algo que parece caer por fuera de la institución "arte", desbordando sus circuitos y mecanismos de legitimación en las sociedades occidentales modernas.
Aún cuando una imagen haya sido creada por su autor con la intención de inscribirla e inscribirse en un sistema canónico de valores (el campo del arte, entendido éste como un producto moderno, institucionalizado y regulado por leyes que le son específicas), nada está dicho todavía respecto de su vida histórica. Ciertas formas, una vez lanzadas al ruedo de la historia, tienen una deriva propia que escapa o excede la voluntad de sus autores y de ninguna manera parecen prefijadas por el lugar que ocuparon en la cultura que las vio nacer”.
Louis Marin (1993), filósofo, historiador, semiólogo y crítico de arte francés propone que la eficacia de una imagen, sus poderes, se encuentran en el ser de la imagen misma, aún cuando sólo se perciban a partir de sus efectos; “el poder de la imagen la instituye como autora en el sentido más fuerte del término, no por incremento de lo ya existente, sino por producción salida de su propio seno [...] La imagen es autora por estar dotada de la eficacia que promueve, funda y garantiza. Poder de la imagen, autoridad de la imagen: en su manifestación, en su autoridad, ella determina un cambio en el mundo, crea algo”. Según el autor, sólo conoceremos la fuerza de la imagen reconociendo sus efectos, leyéndolos en las señales que ejercen sobre quienes miran e interpretándolos en los discursos de los textos que registran, transmiten y amplifican esas señales, hasta detectar algo de la fuerza que los ha producido.
Sólo podemos pensar en esos poderes de la imagen en relación con su función específica, con su lugar preciso en un entramado cultural. En cada nueva coyuntura la imagen irá perdiendo unos significados y adquiriendo otros, será atravesada por diferentes discursos, devolverá a cada espectador miradas nuevas. Pero además la presencia física de la imagen en uno u otro contexto, su materialidad: el soporte, la técnica, el tamaño, el lugar donde se exhibe o la cantidad de veces que es reproducida y se ofrece a la atención de un observador distraído o interesado, todo eso construye los significados de una imagen.
Pensando en estas operaciones materiales que interactúan y modifican, activan y desactivan los poderes de las imágenes como artefactos culturales, tales como inclusión o exclusión de museos, mercados de arte y circuitos de exhibición, reproducción masiva y prácticas como la reapropiación y resignificación, retomamos los ejemplos de El beso de Klimt y El beso de Time Square de , imágenes poderosas capaces de contaminar o atraer nuevas imágenes, de capturar la atención y persistir en la memoria colectiva, encarnando ideas y sentimientos complejos.
Para finalizar, remarcamos que debemos tener en cuenta el carácter político de la mirada, ya que el mirar es una práctica social y cultural siempre situada. No existe un significado único ni privilegiado frente a una imagen sino que ésta renueva sus sentidos y se completa en la mirada de cada nuevo espectador.
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