
EL BESO ES CULTURA, BESANDO SE CONOCEN OTRAS LENGUAS
La especie humana tiene dualidad, presenta una naturaleza biológica (física) y otra social (cultural). Es un organismo con cultura (herencia extrasomática de la sociedad humana). En este sentido, las conductas y comportamientos de las personas están regidos/regulados por la sociedad y el grupo social al que se pertenece. Es en esta línea, que abordamos el beso, como práctica humana que se mantiene desde hace siglos.
Es difícil determinar cómo apareció en la historia de la humanidad. Según estudios avanzados de antropología, este aparece por primera vez en los homínidos como una forma instintiva de la madre de manifestar afecto y cuidado hacia su cría.
Se cree que las mujeres alimentaban a sus crías masticando primero la comida y, posteriormente, la pasaban a la boca de su cría desde la suya. Otras teorías sostienen que el beso nace como un impulso de succión proveniente desde la infancia y la lactancia; una herencia de la costumbre de algunos grupos sociales de olerse entre ellos; y hasta existe la hipótesis de que es una tendencia canibalística.
Charles Darwin, el padre de la biología evolutiva, describió el beso en su libro de 1872, La expresión de las emociones en el hombre y los animales. Llegó a la conclusión de que el impulso para que los humanos “besen” es innato, y, al ampliar la definición de beso, para incluir las conductas relacionadas, se lo puede considerar verdaderamente universal. Pero algunos antropólogos están en desacuerdo; sostiene que el beso es un fenómeno cultural, algo que aprendemos en nuestras comunidades o vemos y copiamos.
Helen Fisher, profesora de antropología en la Universidad Rutger ha analizado el papel del beso. Asegura que "besar es un poderoso mecanismo de adaptación" presente en más del 90% de las sociedades humanas. En los humanos, el beso es fundamentalmente una cuestión química, según Fisher. Por otra parte, la antropóloga sostiene que existen tres sistemas cerebrales diferentes que evolucionaron en el Homo sapiens para permitir el emparejamiento y la reproducción. El primero es el deseo sexual alimentado por la testosterona, tanto en hombres como en mujeres. El segundo regula el amor pasional u obsesivo y parece estar vinculado a una actividad elevada de ladopamina, un estimulante natural. El tercero, que controla el apego y permite a una pareja permanecer unida suficiente tiempo como para criar hijos, está ligado a un nivel mayor de oxitocina. El beso, probablemente, permite que se estimulen esos tres sistemas, concluye Fisher.
Los primeros registros que se tienen de los besos provienen de India, precisamente fueron esculpidos en el año 2.500 a.C. en las paredes de los templos de Khajuraho. Además, el Kamasutra, libro sagrado de Vatsyayana que describe la divinidad natural del sexo, que data del III d.C, también incluía referencias a la práctica del beso como sexual. La teoría sobre la expansión cultural en el uso del beso como práctica sexual ratifica esto mismo: que se originó en la cultura india y que llegó a Europa en el periodo clásico por las invasiones de Alejandro Magno. En la Odisea y los escritos de Ovidio se hace referencia al beso como símbolo de afecto, amor o admiración. El beso también aparece en el folklore y la mitología tradicional griega en relatos como la historia de Pigmalión y Galatea. Pero no todo es amor, también existen besos de traición y codicia, como las historias de Jacob en el Génesis y Judas Iscariote a Jesús, en la Biblia.
No todas las personas expresan amor y adoración a través de los labios. Una nueva investigación publicada en la revista American Anthropologist afirma que sólo el cuarenta y seis por ciento de las culturas se besan en la boca. En este marco, podemos dar cuenta que el beso es distinto en cada cultura y época. Demostrar afecto y atracción a través de los labios no es una práctica universal ni idéntica para todos los pueblos. En este sentido, podemos hablar de un relativismo cultural, en tanto los valores expresados en cualquier cultura puede entenderse y juzgarse solo de acuerdo a la forma en que sus miembros ven las cosas que dan vida a dicha cultura. Como bien sostiene el antropólogo Franz Boas, cada cultura tiene su particularidad histórica; el género humano se expresa en la diversidad cultural.
Por ejemplo, los hombres persas en la antigüedad se besaban entre ellos en la boca, pero solo podían hacerlo las personas de un mismo nivel social para establecer pactos y uniones. Por su parte, en la cultura celta se creía que el beso poseía propiedades curativas. Incluso en la Italia medieval, si un hombre besaba a una doncella en público estaba obligado a casarse con ella inmediatamente; contrario a lo que pasaba con la nobleza francesa, en la que se podía besar a cualquier mujer.
El beso de estilo europeo se extendió por medio de las conquistas militares, la llegada de los barcos a las nuevas tierras, y las obras de los escritores incluyendo a Shakespeare y Dickens. Durante la Revolución Industrial se globaliza la idea del beso como símbolo de cortesía y amor entre dos personas y tiene papel como un elemento de estimulación sexual. Se lo relega a la intimidad; su práctica se consideraba ofensiva y escandalosa en público. Ya en el siglo XIX, con el advenimiento del Romanticismo, los autores expresan sus sentimientos. La expresión del beso fue entonces frecuente, ya que dejó de representar una práctica privada y pasó a convertirse en un elemento meramente estético.
Pero en el siglo XX la literatura, la pintura y hasta el cine comenzaron a utilizar el beso como un elemento lascivo. De esta época de cambio de paradigma es la fotografía que la revista Life masificó llamada The Kiss (el beso), en la que el fotógrafo Alfred Eisenstadt retrató a un marinero besando a una joven mujer vestida de blanco durante la celebración del Día de la Victoria sobre Japón en Times Square en 1945. En los años `60 se establece la práctica del beso como algo natural y público, pero recién en los ’90 se convierte en un acto públicamente aceptado.
Hoy en día, los besos se ven distintos según el lugar donde uno se encuentre. En sitios como México, Francia, España, Holanda, Argentina, Bélgica, Suiza, Líbano, Haití y otros, ambos géneros se saludan con un beso en la mejilla, una a tres veces para expresar calidez y respeto. La cantidad y la dirección pueden variar según el país, la comunidad o los individuos. El beso se ha convertido en una especie de lenguaje universal y sigue siendo, además, la única práctica más humanizante que compartimos.
























